Está dividido en 5 partes relacionadas levemente entre si pero se pueden leer separadas.
LA PARTE DE LOS CRÍTICOS.
Se vio, como queda dicho, a sí mismo, ascético e inclinado sobre sus diccionarios alemanes, iluminado por una débil bombilla, flaco y recalcitrante, como si todo él fuera voluntad hecha carne, huesos y músculos, nada de grasa, fanático y decidido a llegar a buen puerto,
en fin, una imagen bastante normal de estudiante en la capital pero que obró en él como una droga, una droga que lo hizo llorar, una droga que abrió, como dijo un cursi poeta holandés del siglo XIX, las esclusas de la emoción.....
LA PARTE DE AMALFITANO.
La voz del joven guerra, surgió, fragmentada en esquirlas planas, inofensivas, desde una enredadera y dijo, Georg Trakl es uno de mis favoritos.
LA PARTE DE FATE.
¿Cuándo empezó todo? Pensó. ¿En qué momento me sumergí? Un oscuro lago azteca vagamente familiar. La pesadilla. ¿Cómo salir de aquí? ¿Cómo controlar la situación? Y luego otras preguntas: ¿Realmente quería salir? ¿Realmente quería dejarlo todo detrás? Y también pensó: el dolor ya no importa. Y también: Tal vez todo empezó con la muerte de mi madre. Y también: el dolor no importa, a menos que aumente y se haga insoportable. Y también: joder, duele, joder, duele. No importa. No importa.
LA PARTE DE LOS CRÍMENES.
Se bebió tequila y cerveza. Hasta en las calles más humildes se oía a la gente reír. Algunas de estas calles eran totalmente oscuras, similares a agujeros negros, y las risas que salían de no se sabe dónde eran la única señal, la única información que tenían los vecinos y los extraños para no perderse.
LA PARTE DE ARCHIMBOLDI.
Cuando terminó de leer, Archimboldi, volvió a leer toda la noticia una vez más y luego volvió a leer por tercera vez y luego se levantó temblando y se fue a caminar por Missolonghi, que estaba lleno de recuerdos de Byron, como si Byron no hubiera hecho otra cosa en Missolonghi que caminar de un lado a otro, de una posada a una taberna, de callejón en plazuela, cuando era bien sabido que la fiebre no le permitía moverse.... Y luego Archimboldi pensó si convendría enviar una tarjeta a la editorial con el pésame. E incluso imaginó las palabras que en esa tarjeta escribiría. Pero luego le pareció que nada de aquello tenía sentido, y no escribió nada ni mandó nada.